Los estudios de los últimos años muestran que esa voz interna que todos tenemos, ese flujo de conversación que muchas veces mantenemos con nosotros mismos, que nos hace dudar unas veces, que nos reafirma en nuestras convicciones otras, que nos sirve para declarar nuestros miedos, y para resolver problemas, podría representar el 70% o el 80% de todo nuestro uso del lenguaje. Es decir, podría ser que nos habláramos cuatro veces más hacia dentro que hacia afuera.
Y esto es muy importante, porque además ciertos experimentos parecen indicar que el uso del lenguaje afecta a nuestra capacidad cognitiva. En pocas palabras, los experimentos apuntan a que el conocimiento y uso de nombres de objetos podría mejorar el reconocimiento de los mismos, en determinadas situaciones. Del mismo modo, el lenguaje puede “interferir” con nuestra percepción: si vemos un conjunto de objetos desplazándose en vertical hacia arriba, y nos repiten las palabras “bajar, bajar”, detectaremos peor el movimiento que si no las escuchamos.
Estos experimentos se han realizado con palabras “habladas”, es decir, las palabras eran dichas por los sujetos en voz alta, o escuchadas. Pero se piensa que los resultados pueden ser análogos en el caso de nuestra voz interior. Esto plantea problemas experimentales, qué duda cabe, pero resulta estimulante saber que el lenguaje puede afectar al modo en que el cerebro funciona, y la manera en que conocemos el mundo.
(Ver número 2776 de New Scientist, pp. 30-33)
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