Un grupo de astrónomos británicos acaba de realizar un descubrimiento extraordinario. Un nuevo brazo espiral en nuestra galaxia o, más precisamente, un enorme fragmento hasta ahora desconocido de uno de los dos brazos principales de la Vía Láctea.
Igual que sucede con otras galaxias espirales, la Vía Láctea, la galaxia en que vivimos, está formada por un gran disco central de cuyos extremos surgen dos largos brazos repletos de estrellas, polvo y gas, que se curvan alrededor de un denso y alargado núcleo central. Entre todas las clases de galaxias que existen, la nuestra es una espiral barrada.
El Sol, la Tierra y el resto del Sistema Solar se encuentran en una pequeña ramificación de uno de esos brazos, una especie de “vía muerta” justo entre Perseo y el Escudo Centauro, los dos brazos principales, a unos 25.000 años luz del centro.
Sin embargo, y debido a que estamos dentro, no resulta fácil adivinar cuál es la verdadera forma de nuestra galaxia. La Vía Láctea contiene grandes cantidades de gases y polvo que obstaculizan la visión. Por eso, por nuestra posición, no podemos tener una imagen clara del conjunto y sólo podemos ver fragmentos aislados de los brazos.
Resulta mucho más sencillo estudiar galaxias distantes, que podemos ver enteras, que la nuestra propia. Por ejemplo, conocemos con mucha más exactitud las formas de Andrómeda, nuestra vecina, a dos millones de años luz de distancia, que las de nuestro propio hogar en el espacio.
Existen, es cierto, modelos teóricos de la Vía Láctea, y muchas razones para pensar que tiene la forma de un molinillo, con dos enormes brazos repletos de estrellas. Pero no hay forma de estar absolutamente seguros. Ni tampoco de estudiar directamente los detalles.
La imagen (realizada por Tom Dame, uno de los descubridores del nuevo brazo), muestra la estructura básica de la Vía láctea: dos largos brazos espirales que surgen de los extremos de una gran barra central. En gris aparecen los fragmentos que aún no han podido ser detectados. Arriba, a la izquierda, el nuevo brazo recién descubierto. Las ramificaciones menores, como en la que nosotros vivimos, han sido obviadas por el científico en aras de la claridad.
UNA SIMETRÍA SORPRENDENTE
Por suerte para la Ciencia, y más allá de los instrumentos ópticos, los astrónomos han desarrollado otras clases de “ojos” capaces de atravesar las densas nubes de polvo que nos rodean y “ver” lo que hay más allá de ellas. Esos instrumentos no buscan luz ordinaria, sino ondas de radio. Y resulta que las moléculas de monóxido de carbono, extraordinariamente abundantes en los brazos de las galaxias espirales, son excelentes emisoras de radio y, por lo tanto, la clase de objetos que los instrumentos pueden rastrear.
Utilizando un pequeño telescopio de apenas 1,2 metros, instalado el tejado de su laboratorio de Cambridge, los astrónomos Tom Dame y Pat Thaddeus se centraron en las emisiones de radio de las moléculas de monóxido de carbono para buscar evidencias de brazos espirales en las zonas más distantes de la Vía Láctea. Y descubrieron un nuevo y enorme brazo, con grandes concentraciones de ese gas.
Los investigadores piensan que el nuevo brazo espiral es, en realidad, el tramo final y más distante de Escudo Centauro, una de las dos ramas principales. Si se confirma, Dame y Thaddeus habrán demostrado que la Vía Láctea posee una sorprendente simetría en sus formas. El nuevo brazo, en efecto, sería la contraparte simétrica del de Perseo.
Ver:
- A Molecular Spiral Arm in the Far Outer Galaxy, T. M. Dame, P. Thaddeus, arXiv:1105.2523v1 [astro-ph.GA]
- A Molecular Spiral Arm in the Far Outer Galaxy, T. M. Dame & P. Thaddeus, The Astrophysical Journal Letters, Volume 734, Number 1, 2011, doi: 10.1088/2041-8205/734/1/L24
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